- Jara Fernandez
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¿Quién no se ha quedado alguna vez embelesado recordando alguna experiencia, rememorando alguna vivencia que nos proporcionara placer por el simple hecho de pensar en ella? ¿A qué resulta adictivo? Lógico.
Al hacerlo segregamos más hormonas de lo que creemos, y esas hormonas son una droga de la más alta calidad, 100% naturales sin conservantes ni colorantes, y altamente adictivas.
¿Si te dieran un aparato, llamémosle Nemo, que te permitiera revivir esos recuerdos en la realidad virtual, lo comprarías? Seguro que sí. Con los ojos cerrados.
No es ningún secreto que la sociedad de la información en la que vivimos se basa en la publicidad y la recogida de datos, para así saber mejor qué quiere la gente y dárselo de inmediato. Sin esfuerzo, placer al instante. La página web a la que accedes instala cookies en tu ordenador gracias a las cuales obtiene información con la que optimiza tus anuncios… y algo más. Las empresas pagan por esa información, y por eso casi todos los servicios digitales son gratis para el usuario: los paga el anunciante.
Pero esta forma de comunicación hace cualquier cosa menos comunicar, las personas cada vez son más infelices y cada vez están más enganchadas a las redes sociales, ese mundo falso de postureo que es todo apariencia. Se generan datos por encima de las capacidades de procesamiento humano. Esta sobreabundancia de información consume nuestra atención y, lo que es peor, nuestra capacidad de pensar. La conspiración perfecta, zombis que no saben que lo son, y que encima son felices (o eso les han hecho creer).
Hay quien dice que no vivimos en la era de la información sino en la era de la atención. Y si estás atento, es más complicado pensar. Porque además esa información no se usa para informar sino para captarnos. El reto no es poder organizar y procesar esa información, sino ser capaces de gestionar nuestra atención y dedicar parte del tiempo a pensar. Porque para pensar hay que pararse, hay que aburrirse. Y aburrirnos es la gran asignatura pendiente que tenemos todos. No quieren que nos aburramos. Porque si alguien se aburre, piensa. Y pensar es peligroso.
Lo que cuento en Nemo está mucho más cerca de lo que se pueda creer. Las tecnologías son cada vez más avanzadas y apenas permiten a los usuarios elegir cómo quieren vivir la experiencia digital, de hecho muchas veces parece que no puedas pasar ni cinco minutos sin estar conectado, consultando el móvil. Como si te faltara el aire. El objetivo principal de las grandes corporaciones (pon aquí los nombres que prefieras) es que permanezcas dentro de las redes sociales o de las plataformas de streaming cuanto más tiempo mejor. El autocontrol brilla por su ausencia, y los usuarios entran y salen de forma compulsiva de redes sociales, apuestan on line y consumen ficción enlatada sin parar.
Esta obesidad social (el atontamiento generalizado), causada por el exceso de alimentos procesados (las redes sociales y la sobreinformación) y la ausencia de actividad física (pensar está mal visto) es la gran plaga de la sociedad en la que vivimos. Y es el caldo de cultivo perfecto para que alguien se aproveche de nuestras debilidades y nos enganche a esa droga tan poderosa que son los recuerdos.
“He visto cosas que no creeríais”, decía el replicante Roy Batty al final de la magistral Blade Runner. Yo he visto ratones con el cráneo abierto y conectados a un ordenador mediante un cable de datos. Los dejaban en mitad de un laberinto, les cargaban el mapa en el cerebro y salían sin problema. Los volvían a poner en el centro del laberinto, les borraban el mapa y los veías dándose cabezazos contra las paredes tratando de encontrar la salida. Y fue hace años en una universidad local, no tuve que irme a Silicon Valley ni a unas instalaciones ultrasecretas de la CIA. Ni siquiera tuve que salir de mi ciudad. Muchas de las cosas que cuento en Nemo no son ficción, son realidad. No es que estén a la vuelta de la esquina, es que ya han sucedido.
Y volvemos entonces a la gran pregunta: si alguien te ofreciera un método para volver a revivir tus recuerdos, ¿lo rechazarías? Casi seguro que no. Es muy tentador refugiarse en el pasado, recreándonos en los momentos en los que fuimos felices. Pero eso, además de un callejón sin salida, nos aleja del futuro, de mirar hacia adelante. Y Nemo también trata de eso. Es más, la principal cuestión que trata es esa, no quedarse anclado en el pasado y tomar parte activa en construir nuestro propio futuro.
Dicen que el primer paso para resolver un problema es reconocer su existencia. Quizás aún estemos a tiempo de no rebasar el punto de no retorno en el que carezcamos de la concentración suficiente como para revertir el sistema en el que vivimos, y parar el exceso de información con que nos atiborran. Por ejemplo, pensando.
Y qué mejor manera de pensar que leer un libro. Porque los libros nos hacen pensar.
De momento, tenemos Nemo.
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